Agosto 30
Esperar es distinto cuando eres mujer – aunque como lo sabría yo, si siempre he sido la misma y en el mismo cuerpo- pero estoy segura de que lo es. Ansiosa, temerosa y complemente impotente, me acerco al intento de árbol que hay sobre la calle, como si la sombra me ocultara, o mejor aún, me protegiera. Me siento incómoda y apenas son las 9 de la mañana, pero no va a ser por mucho tiempo, Sebas me escribió que ya venía en camino. Todos estaban felices de que hubiera encontrado otro compañero de hueco, tan difícil ahora que las realidades cercanas habían cambiado. La mía también se sentía distinta, pero creo que inevitablemente, siempre regreso a este lugar.
Una imagen caótica de lugar seguro, pero que trataba de reconfortarme mientras iba contando los segundos. De izquierda a derecha, pasaron los minutos hasta que vi la figura alta, peluda, de ropa negra y gorra camel de mi primo. El compañero de hoy, una especie de amigo inesperado. Lo abracé en la esquina de Carabobo con San Juan, y empezamos a caminar hacia el norte, explicando primero la ruta antes de caminarla.
Vamos de arriba hacia abajo (o lo que en mi cabeza es arriba y es abajo), de San Antonio a Tenerife, con una parada en Carabobo con Amador, y tal vez otra por error en los Dorados, para navegar desde las gorras hacia sus bordados, y todo lo que necesito en el intermedio. “Yo todavía me pierdo en el centro”, me dice Sebas, recordándome lo similares que se ven todas las cuadras, abarrotadas y a reventar, cargadas de todas las ideas que se han hecho de si mismas. Y yo que llevo 20 años viniendo, todavía necesito referentes para llegar a Shangai. Eso se lo tengo que agradecer a mi mamá, el regalo de la ficción de que acá lo puedo conseguir todo: el camino a los sueños frustrados, emprendimientos de fin de semestre y la respuesta a mis vacíos creativos. Este de verdad es mi lugar seguro, el único en el que sé como moverme.
Chequeamos precio y calidad, nos medimos sombreros y me compré unos post it de regalo, y hasta llegamos a soñar con unos bolsos de cordoroy en el gato, mientras iba dejando mi dinero disfrazado de inversión inicial en los caminos del centro y la promesa de regresar la próxima semana. Sebas me siguió obediente, tranquilo como el resto de nuestra familia, contemplando con ojos novedosos lo que para mí es familiar. Mi ojo fotográfico, me dice, a lo que volteó los ojos y suspiro, burlándome de su aire poético y de inocencia artística que siempre trata de contrarrestar a su mandato de ingeniero. No es por decir que yo no me sorprenda, o que no capture mi caos favorito (cosa que hice para un trabajo), pero nuestros ojos miran cosas distintas, igualmente fascinantes, aunque a mí una me parezca más contada ya que la otra.
Por esta vez parezco la persona en cargo, la que sabe a donde va, aunque tuve un lapsus en mi perfecto recorrido, fui capaz de hacerlo. Lo hago acompañada porque lo disfruto, pero es reconfortante saber que puedo sola. Así esperar no se hace tan incómodo.
